jueves, 16 de junio de 2016

Recordando a mi Tío Mento.

La fiesta ya estaba terminando. Ya habíamos roto las piñatas y la comida escaseaba, al igual que los invitados.
Todos estábamos sentados en la sala de mis abuelos. Ivoncita con su collarín, mi abuelo descansando en su sillón, mi tía Laura en la cocina preparando café y mi mamá en el patio con Gus y Bela.
En eso, llega una camioneta van, de ella baja mi primo (tío, en realidad) Guty y me pide que le ayude a bajar al papá del maestro Mundo Balsa, que casi no puede caminar y la silla de ruedas la habían tenido que dejar en Puebla. Entre mi papá, mi hermano y yo lo cargamos y entró hasta la sala. Qué sorpresa se iba a llevar Mundo al ver de nuevo a su papá.
Al platicar con Guty me dice que mi Tío Mento (hermano de mi abuelo Rodrigo) no quiso venirse, a lo que mi reacción fue la de "¡Sigue con vida!".
Recuerdos de las últimas veces que lo vi en la casa con su cigarro Delicado sin filtro en mano me transportan a mis 8 o nueve años de edad.
Para esa edad, yo dejé de verlo sabiendo que se había mudado, pero no tenía la edad suficiente para entender que cuando estalló la huelga de la Fábrica Santa Rosa muchos habían dado su vida en la lucha por sus ideales, y otros tantos habían tenido que escapar de una justicia que los inculpaba con miras a perder la vida sin un juicio justo.
En esos años, mi Tío Mento ya sufría los desgastes del enfisema pulmonar causado por su vicio al tabaco. Recuerdo vívidamente el ruido que hacía al respirar provocado por el respirador artificial al que fue sometido para posibilitarle un tiempo más de vida.
Guty me comentó que había tenido la oportunidad de platicar con él, que mi tío seguía alegre en las fiestas, que ya no podía fumar pero el aguardiente que tomaba pegaba casi tanto como una hierbamaestra. Igual me contó que seguía bailador y lúcido, aunque tremendamente desgastado por su cáncer, y que a pesar de todo eso, él seguía viviendo la vida, eso sí, no se acordaba más que de sus hermanos y algunos sobrinos. Yo solo esperaba que de mí sí se acordara.
A esta fiesta acababa de llegar Kike Ancona, uno de mis amigos de más confianza y un apoyo en los buenos y malos momentos. Inmediatamente me acerqué y le conté la situación y mi idea, salimos a casa de mis otros dos amigos de confianza, Omar y Zeus, y al platicarles todo, entendieron que era urgente.
Al otro día, nos alistamos, pedí prestada la camioneta y pasé por Kike y los demás, ya estando en casa de mis abuelos les conté que quería ir a Puebla a buscar a mi Tío Mento, intentar que me recordara y tener una última reunión con él. Una despedida.
No se imaginan el dolor que me causó el despertar y recordar que mi Tío Mento, el que en el jardín iba por mí en mi avalancha, ya había fallecido hace casi 25 años y que todo había sido un sueño.