La fiesta ya estaba terminando. Ya habíamos roto las piñatas y la comida escaseaba, al igual que los invitados.
Todos
estábamos sentados en la sala de mis abuelos. Ivoncita con su collarín,
mi abuelo descansando en su sillón, mi tía Laura en la cocina
preparando café y mi mamá en el patio con Gus y Bela.
En eso, llega
una camioneta van, de ella baja mi primo (tío, en realidad) Guty y me
pide que le ayude a bajar al papá del maestro Mundo Balsa, que casi no
puede caminar y la silla de ruedas la habían tenido que dejar en Puebla.
Entre mi papá, mi hermano y yo lo cargamos y entró hasta la sala. Qué
sorpresa se iba a llevar Mundo al ver de nuevo a su papá.
Al platicar con Guty me dice que mi Tío Mento (hermano de mi abuelo Rodrigo) no quiso venirse, a lo que mi reacción fue la de "¡Sigue con vida!".
Recuerdos
de las últimas veces que lo vi en la casa con su cigarro Delicado sin
filtro en mano me transportan a mis 8 o nueve años de edad.
Para esa
edad, yo dejé de verlo sabiendo que se había mudado, pero no tenía la
edad suficiente para entender que cuando estalló la huelga de la Fábrica
Santa Rosa muchos habían dado su vida en la lucha por sus ideales, y
otros tantos habían tenido que escapar de una justicia que los inculpaba
con miras a perder la vida sin un juicio justo.
En esos años, mi Tío
Mento ya sufría los desgastes del enfisema pulmonar causado por su
vicio al tabaco. Recuerdo vívidamente el ruido que hacía al respirar
provocado por el respirador artificial al que fue sometido para
posibilitarle un tiempo más de vida.
Guty me comentó que había tenido
la oportunidad de platicar con él, que mi tío seguía alegre en las
fiestas, que ya no podía fumar pero el aguardiente que tomaba pegaba
casi tanto como una hierbamaestra. Igual me contó que seguía bailador y
lúcido, aunque tremendamente desgastado por su cáncer, y que a pesar de
todo eso, él seguía viviendo la vida, eso sí, no se acordaba más que de
sus hermanos y algunos sobrinos. Yo solo esperaba que de mí sí se
acordara.
A esta fiesta acababa de llegar Kike Ancona, uno de mis
amigos de más confianza y un apoyo en los buenos y malos momentos.
Inmediatamente me acerqué y le conté la situación y mi idea, salimos a
casa de mis otros dos amigos de confianza, Omar y Zeus, y al platicarles
todo, entendieron que era urgente.
Al otro día, nos alistamos, pedí
prestada la camioneta y pasé por Kike y los demás, ya estando en casa de
mis abuelos les conté que quería ir a Puebla a buscar a mi Tío Mento,
intentar que me recordara y tener una última reunión con él. Una
despedida.
No se imaginan el dolor que me causó el despertar y
recordar que mi Tío Mento, el que en el jardín iba por mí en mi
avalancha, ya había fallecido hace casi 25 años y que todo había sido un
sueño.